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miércoles, 20 de junio de 2012


Santa Carracuca dijo,

“¡Que te den!”



En frente tenía un mostrador muy fino y elegante, posiblemente de madera de haya, muy clarita, con un fuerte acento a diseño sueco, todo muy drástico en cuanto a formas cortantes y ángulos rectos. Además profusión de cristales ahumados. Debajo del mostrador habían colocado unas letras de aluminio o acero, brillantes y contundentes, con el logotipo y el nombre de la clínica “Jovellanos & Cardioventura”, justo en el panel que Carlos veía desde su asiento azul, igual a otros asientos azules donde otros pacientes, clientes, esperaban su turno.
La señorita que atendía tras el mostrador era todo sonrisas y formas muy redondeadas; parecía una azafata de “British Airways” pero con otro uniforme. Tenía un curioso pitorrito que le salía de su espesa y estudiada melena,  con el que parecía atender la centralita.
Encima del mostrador, justo a la derecha de donde la señorita atendía a los clientes, el mueble de haya continuaba bordeando una pared de acero corten oxidada. La repisa acompañaba la curva de un pasillo donde se exponían recipientes de cristal del tamaño de un cubo de fregar llenos de piedras negras y blancas, alarde estúpido de creatividad de un decorador de medio pelo. A Carlos le pareció una memez el mostrador, la señorita y sus abundantes atributos,  el estúpido mueble y la pared oxidada de chapa con aquella curva tan imbécil como los asientos azules que parecían extraídos del patio de butacas de un mini cine.
Carlos estaba cabreado. El Dr. Jovellanos le había citado circunspecto y con voz de saber mucho, grave y especializada; esa voz que ponen los supermédicos que cobran mucho.
El supuso que esa voz se enseñaba en la facultad de supermédicos. Era parte del proceso de aprendizaje El catedrático les habría dicho:
“El cliente nunca tiene razón, tu sí”.
Lo está  porque teme que las noticias le jodan la vida. Sabe que su dolencia no es ni siquiera conocida como para formar parte de unas estadísticas, a no ser que sean las del caso de Carlos Pérez Morriño lo sabe porque hace dos años que le hacen pruebas y más pruebas, tantas que las últimas hasta le ha dado vergüenza cobrárselas,  porque colegas médicos de los que “lo saben todo” han visitado “Jovellanos & Cardioventura” venidos de todas partes del mundo para observar a Carlos, alfenómeno. Él lo sabe, sí.  Carlos está cabreado porque e sabe que no saben nada.

No se puede apoyar en el puñetero respaldo del asiento azul como otros clientes que sí se apoyan porque él tiene una enorme estrella en la espalda. Es color cereza, como un antojo. En realidad como un antojo de Stalin porque parece una estrella soviética en relieve y además se la han extirpado tres veces en operaciones donde le quitaron piel del culo para injertar en la espalda y así, aparte de no poder apoyarse en los respaldos de los asientos, no podía sentarse tampoco. Tras cada operación la estrella volvía a salir más roja, más soviética, más perfecta.
Los médicos estudiaron el “Caso de la estrella escarlata”. Escribieron artículos supermédicos, superescritores, supergilipollas.
La señorita hizo pasar a la niña rubia y pija con un futuro por delante y sin estrella roja. Pero si con la de su suerte pegada hipotéticamente al culo: sólo tenía un granito al lado de la nariz. 
Carlos, además de lo que tenía encima, debería esperar a que la niña pija comentase su problema con súper Jovellanos. Se cagó en la niña; en la madre que la parió y en su grano. También se cagó en “Jovellanos & Cardioventura”.  Más tarde la niña pija salió contenta de sentirse tan importante, estudiada y cobrada. Esa tarde tendría algo que contar en el club de campo con las amigas.
Carlos pensaba que si tuviese que contar, contaría, pero no sabía si tenía vida suficiente para terminar y desde luego no sería en el club de campo. Como mucho en el bar “Tarin”, donde echaba la partida.
La señorita azafata del micrófono tipo pitorrito le hizo señas. Eran casi como de la familia.
   -El Dr. Jovellanos le atenderá ahora- dijo.
Carlos se levantó y caminó por el pasillo circular. La pared de chapa oxidada se interrumpía por una puerta de vidrio blanco muy elegante. A un lado se leía en un cartel de letras en relieve: “Dr. Jovellanos”.
Entró. El doctor siempre le recibía como si su presencia allí fuese lo más natural del mundo, como si fuese el tipo que pasa la fregona o la propia madre del doctor haciendo punto en el salón. No levantaba la cabeza de sus escritos: apuntes sobre la paciente anterior con una carpeta de tres hojitas. Después, sin mirar siquiera a Carlos, cogió el carpetón de quince centímetros de grueso donde se guardaba su historial. Consultó algo. Se reclinó en su butaca moderna de piel de vaca. Se entrelazó las manos sobre la barriga y cerró los ojos. Parecía como si no supiese que Carlos estaba allí y pensase echar una cabezadita. Pero no. Era pura y estudiada puesta en escena, teatralidad, también impartida en la universidad de los superfiguras de la alta medicina de consulta de piso caro.
El Dr. Jovellanos abrió los ojos lentamente. La mirada del doctor penetró los ojos de Carlos, pero Carlos hacía mucho que se conocía las tonterías de Jovellanos y estaba distraído mirando una marina de la playa de la Concha sólo para joderle el numerito al médico.
Jovellanos carraspeó.
   -¡Ah! ¿Ya, ha terminado usted con sus cositas?

   -Buenos días señor Pérez Morriño ¿cómo está?
   -Igual que la semana pasada, más o menos ¿y usted?

   -Yo bien Carlos, yo bien.
Jovellanos trasladó sus manos entrelazadas de su prominente barriga a su escritorio. Lo hizo como si una mano acariciase a la otra y viceversa. El show continuaba.

    -Querido amigo, hace ya dos años que nos conocemos y sabe usted que hemos hecho todo lo posible por solucionar su problema o mejor dicho, averiguar el motivo de la malformación que invade irremisiblemente su cuerpo.
El súper médico que lo sabe todo, no tiene ni puñetera idea de nada, piensa Carlos. 
- Y además  -continúa Jovellanos– hemos contado con la inestimable opinión de los cerebros más eruditos del mundo
Que tampoco saben nada, por muy eruditos que sean, sigue pensando Carlos.
- …y después de tantas pruebas no puedo darle una solución, ni siquiera un diagnóstico, y desgraciadamente lo que puedo hacer -en esto coinciden mis colegas- es darle sólo una estimación de vida.
El cabrón le estaba hablando como si le comentase el presupuesto de la reforma del tendedero, no los días o semanas que le quedaban de vida que el jodido sabelotodo supermédico y sus putos eruditos colegas, habían determinado que le quedarían, y eso sí, en eso  estaban de acuerdo.
   -Carlos, -dijo el especialista haciendo girar los pulgares uno sobre otro como pequeñas hélices – creo que, aun siendo noticias terribles, todavía nos queda una opción que me gustaría que usted estudiase. Coja este folleto y léalo con calma y buena voluntad. Sé que mi propuesta le parecerá una locura,
¿Otra?, pensó Carlos
- …pero ya es nuestra única opción, lo único que le puedo ofrecer después de que la ciencia nos haya fallado.
   -¿Cuánto me queda?- preguntó Carlos.
   -Es difícil aventurarse…
   -¿Cuánto?- repitió  Carlos interrumpiendo sus divagaciones cobardes.
   -Entre una semana y tres. Quizás un mes.
Las pequeñas hélices pulgares del médico pararon. Escondió las manos debajo de la mesa. Se las restregaba en la bata blanca. Sudaba.
   -Querido Carlos coja este folleto y créame: sólo le queda eso, fé.

Carlos cogió el folleto. Era uno de esos alargados, un tríptico. En la cara principal se veía un cartel entre exclamaciones con letras en blanco que decía “Proyecto Carracuca”. Carlos se levantó de la silla también azul de la consulta del Dr. Jovellanos. Como él había dicho, no le quedaba ya más opción que aquel folleto asqueroso y críptico. Salió de la consulta con intención de no volver a entrar nunca más. Cerró la puerta educadamente aunque bullía por dentro tanta mala leche que le habría gustado reventar de un buen portazo el maldito cristal esmerilado de diseño de la puerta.

La señorita neumática esperaba fuera. Ya habían estudiado el guión y cada uno sabía qué hacer con Carlos. Desde luego era una situación delicada.
La azafata le hizo un gesto con la mano indicándole que la siguiera. Giraron por el pasillo moderno y redondo. A un lado, la pared de acero oxidado con puertas de cristal como la del Dr. Jovellanos; al otro lado, una pared también redonda de cristal que hacía desagradable caminar por el pasillo -a 22 pisos del suelo de hormigón de la plaza Termiton-. Al final de la interminable curva había una puerta, sólo una, negra y con unas letras blancas como en el folleto que le entregase el Doctor. Se diría que aquel folleto era esa puerta pero en pequeñito. En el cartel también ponía “Proyecto Carracuca”.

La señorita abrió la puerta y, como por arte de magia o de la santa domótica, las luces, muy estudiadas  por cierto, se encendieron y una música catedralicia empezó a sonar.
La habitación, siguiendo el criterio memo de todo la consulta, era también circular. Las paredes estaban pintadas de un estuco negro, como el suelo. En la sala había una butaca de piel también negra y frente a ella un pequeño pedestal forrado de raso negro. Encima había una urna de cristal; dentro de ella una mano humana con los dedos cerrados en un gesto de puño apretado y el dedo corazón levantado como diciendo “¡Que te den!”.

La habitación estaba diseñada para focalizar toda la atención del visitante en aquella urna. Carlos se sentó en la butaca negra, casi no podía separar la vista de la urna con la mano seccionada y ofensora pero lo hizo: desdobló el folleto y leyó las pocas frases que definían el “Proyecto Carracuca”.

El proyecto Carracuca está basado en los buenos resultados obtenidos por la reliquia de la Santa Carracuca de Nepomuceno, que murió desmembrada por cuatro mulas después de seccionarle, un salvaje malón, las dos manos. Se dice que la Santa lo último que les dijo a sus verdugos fue: “¡Que te den!” y lo hizo con el dedo corazón, porque la lengua se la había arrancado una iguana amaestrada enviada por el impío emperador. La mano derecha de la santa permanece incorrupta 1.234 años después y sus milagros se cuentan por millares.
La clínica “Jovellanos & Cardioventura” compró los restos de la Santa con fondos aportados por mecenas que generosamente apoyan el “Proyecto Carracuca” para aportar una última solución,  allí donde la ciencia no puede llegar.

Confíe en la Santa. Venere los restos de Carracuca y espere el milagro salvador, su última opción.

Carlos arrugó el folletillo y haciendo puntería lo estrelló contra la urna de la mano incorrupta de Santa  Carracuca. Si le quedaba una semana, dos, tres o cuatro no las desperdiciaría venerando los restos asquerosos de un cadáver milenario. Aquella tarde tenía una partida de mus.

 Fin

Viernes, 24 de septiembre de 2010

lunes, 18 de junio de 2012

Ponte en su lugar.








Carmelo pide un par de cañas, el del bar las pone y una tapita de caracoles picantitos, Carmelo con un palillo captura uno de los moluscos de la cazoleta de porcelana, el caracol trae salsita y una laminilla de ajo pegada a la concha y también por dentro, rechupetea el bicho sorbiendo los jugos del guiso, después con ayuda del palillo saca el molusco y se lo come, en eso llega Martín, había ido a hacer un pis, este coge cuatro o cinco servilletas del dispensador rojo de Mahou, de ese papel absurdo del que hacen las servilletas de barra, que no absorbe, se seca las manos más o menos y tira el Burruño a una papelera rectangular que tiene entre las piernas, estas siempre acaban molestando, como cuando te toca pata en una mesa concurrida de una comida familiar.
Martín se aplica con el caracol que le toca, los dos están de acuerdo que los caracoles están de aúpa, piden una ración para dos y otra ronda de cañas.
El camarero bocea el pedido a la cocina, por una trampilla desvencijada, como si fuese un local muy importante, su mujer gruñe tras la trampilla, le dice:
   -No grites Geronimín, que me vas a dejar sorda.
El camarero pone un par de  boquerones con unas cuantas aceitunas. Martin le pregunta a Carmelo como van las cosas, charlan de las mujeres, los niños, los trabajos, sus cabreos con el tráfico, política, aunque no mucho, fútbol, bastante más, las tonterías del verano, la vuelta al cole, a la oficina, a las comidas familiares y a la rutina, la vida, vidas como las de los de al lado que han pedido una de bravas o los de más allá que toman unos blancos y una tapa de paella.
Llega la ración de caracoles y los dos meten mano, queman, avisan ellos mismos humeando desde el interior de las cascaras, pero aun así empiezan a trabajárselos, calentitos están más ricos.
   -Como están de buenos – Dice Carmelo.
   -Ya lo creo, mi suegra los hace también así, con su cayenita y todo – Martin contesta y después sorbe una cascara.
   -Gerooo, dos cañitas, que pican de lo lindo- Dice Carmelo.
A los dedos se les quedan pegados trozos de servilleta, de lo peguntosa y rica que esta la salsita, dan cuenta de ella con barquitos de pan.
   -Sabes, estaba pensando, ¿tu alguna vez te has puesto en el lugar de un mosquito? – dice Carmelo, muy serio.
   -Pues la verdad es que no, con ponerme en el lugar de mi mujer para entenderla ya tengo bastante.
   -Lo digo porque ayer, en el coche estuve pensando en los miles, que digo miles, miles de millones de mosquitos que mueren cada día pegados en los parabrisas de los coches.
   -Ya serán menos- Dice Martin.
   -¿Menos…. menos?
   -Si joder, eres un poquito exagerado, miles de millones, son muchos mosquitos…¿No?
Carmelo se pica, está dispuesto a defender su teoría.
   -Pero bueno, vamos a ver, en un viaje como el que hice yo ayer por lo menos había seiscientos pegados en la luna.
   -A ver Carmelo, si son seiscientos no verías, vamos digo yo.
   -Ya pero yo limpio de vez en cuando, ¿o que te crees?
   -Ya, vale eso sí, pues venga , 600 , que mas.
Martín se zampa otro caracol, oveja que bala pierde bocado.
   -Pues eso, yo hice 600 kilómetros, o sea uno por kilometro…
   -Mmmmm, muy bien ¿y? –Dice Martín que empieza a chotearse.
   -Pues mira imagina un primero de agosto, 5.000.000 de desplazamientos…
   -Y venga desplazamientos, hombre no podían haber sido, tres o cuatro millones- Gesticula Martín con un caracol pinchado con un palillo por el bichito.
   -Joder es lo que dijeron en la tele…-Se defiende Carmelo.
   -Vale si lo dicen en la tele, te lo paso… Sigue.- Martín pide dos cañas más.
Carmelo saca el móvil y busca la aplicación de calculadora, no le caven los ceros.
   -Todos los desplazamientos son de 600 kilómetros, según tú, ¿no?
   - No, también dijeron en la tele que el desplazamiento medio era de 400 kilómetros, por lo tanto….DOS MIL MILLONES DE MOSQUITOS Y BICHOS APLASTADOS EN UN SOLO DIA.
   -Joder tío, y eso lo saben las autoridades.
   -Tu cachondéate, pero multiplica eso por todos los días de las vacaciones, los fines de semana, los días normales, y además súmale los radiadores.
   -Joder me está asustando, ¿Qué pasa con los radiadores?
   -Pues que ¿Cuántos se quedan pegados en los radiadores de los coches?-Dice Carmelo.
   -Haaa, los de los coches , que susto , empezaba a ver millones de mosquitos estrapallados en el radiador de casa.
   - ¿Son miles de millones o no?
   -Valla, y seguro que mas, veras cuando se lo suelte a mi cuñado.-Dice Martín.
   -Veras, -Confirma Carmelo – La cuestión es , ¿Alguien se ha puesto en su lugar? , la humanidad es consciente del “mosquiticidio” que estamos haciendo, porque eso solo aquí, en España, pero empieza a sumar el resto del mundo, y sobre todo, con lo grandes que son los coches americanos ¿Cuántos mosquitos mataran en 600 kilómetros?-Dice Carmelo.
   -No se chico, me siento incapaz, que pereza.-Dice Martin arrebañando el ultimo poquito de salsa.
   -Pues piensa en ello. Geroooo dos cañitas.


Ignacio Junquera

Cuento

5 octubre de 2008

Fin

mancomunidadepropietarias@hotmail.com










Paca corretea por el piso , esta todo perfecto , los tapetes  de crochet , los reposabrazos de punto tunecino , que luego tendrá que lavar con esmero , pero ya tiene preparado el “Perlan”  , pañitos de punto de cruz , la soledad cunde y es tan habilidosa , sabe que durante la reunión habrá frondosos comentarios , las cortinas floridas y re colocadas  con el cordón dorado , los geranios reventones del balcón , los santos y las virgencitas inmaculados , les ha lavado la ropa como a las “Barbies” , los crucifijos , y junto al retrato de su madre , en la cómoda , el rosario , mil veces sobado , mil veces rogado , y mil veces perdonado por no dar , como la primitiva y el euro millón.

Paca es esdrújula, todo en ella parece oreado, puesto a secar, huesuda, nariz con curvatura de tucán,  aguileña, rodillas picudas, zancuda y sin  muslo, garza pura.

Una eterna rebeca azul, solapa contra solapa y las manos sujetando el conjunto, arropando pliegues que fuesen pechillos también secos. La mujer deshidratada, uno piensa que si se la pudiese meter en la máquina de hidratar señoras  ,saldría Sofía Loren , pero no se puede.

En la mesa redonda del salón, con dorados  casi funerarios en las patas , y garras de león en el final de estas , entre los dos balcones Paca , Dispone la merienda.

Saladitos , empanadillas de atún , croquetas de jamón , barritas de hojaldre con bacón , cacahuetes y almendras , aceitunas y unos platitos con mejillones escabechados , de los gordos , pero de los que tienen coñete peludo , en la mesa supletoria los licores y unas copitas italianas que le trajo su hermana la casada, de Milán.

Pacharán, Anís del mono y Cointreau, a, y Licor de las monjitas Angustias de Calatrava para María Antonia.

Y por si se tercia, la Eraclio Furnier, y nueva como en los casinos.

La primera en llegar es Gloria , como siempre , vive a dos calles , tan diferente , gordita , con predominio de formas redondeadas , esféricas y mollujosas , todas muy juntas , se la podría dibujar juntando muchos círculos , pelo ensortijado , con un peinado como uno de esos cascos de moto de los viejos, mucha laca , acartonado , bracitos cortos , de los bailones , carnes sueltas , muslos de pollito agrandado , paloma torcaz , cinturita y pechugona , sus mejores bisuterías , las mas doradas , los cristales más gordos , diamantes como muelas de pastor alemán , abrigo de astracán y pañuelo de seda , imitación italiano , hecho en Valencia de don Juan .

Se sientan las dos en el sofá con las piernecitas juntas, parecen el palillo y la aceituna.

Gloria tuvo novio, durante trece años, pero cuando se comento lo de la boda salió por pies, ahora vive en Hannover, en aquellos años de NO relaciones prematrimoniales no se cataron, y gloria se quedo sin desflorar, como un frasco de melocotones rollizos apretados entre sus jugos, de almíbar y de pasión.

Su padre la dejo un negocio de telas, lanas y cosas para las labores, le va bien, pero está soltera y las previsiones  de momento, son que por muchos años.

Suena el timbre, Paca se levanta como un resorte, Gloria se asusta un poco, dice.

   -Huy.

Paca sale disparada a recibir a otra visita, van a ir llegando según lo previsto, es Caty, la peluquera, la más joven.

Gloria se levanta cuando Paca y Caty entran en el salón , las tres entran en un extraño proceso recesivo a los catorce años y dan palmaditas , saltitos y chillan a la vez , no sé por qué , se dan besos de esos a distancia , cosas que hacen las señoras , es muy curioso , aproximan las mejillas , pero a unos cinco centímetros , y hacen una flexión de cadera , sobretodo Caty que es más alta y al inclinarse alejan el culo con las manos en alto como si temiesen estropearse las uñas recién pintadas , las mejillas no se llegan a tocar , por eso lo llamo “Beso a distancia” , supongo que por miedo a quedarse pegadas por el maquillaje , o a craquelarselo , depende de la marca , además cada una conserva su distancia haciendo valer su aureola de perfume , capsula vaporosa como una nube , que en el caso de Caty , excesiva ,va dejando mechones plumosos de olor por donde pasa.

Caty, como decía es la más joven, pero ya hace al menos cinco o seis años que se le ha pasado el arroz, aunque ella no está dispuesta a admitirlo hasta que sea demasiado tarde para efectuar una retirada honrosa, sus pechos de buen tamaño y forma ya tiemblan, señal inequívoca del paso de los años y de la realidad gravitatoria de las leyes de Newton.

El escote es un balcón florido dispuesto con sus frutos maduros, en el reino de los ciegos el tuerto es el rey y, ella lo sabe. La cintura del vestido, se ha sacado ya un par de veces, en su día fue más estrecha, pero a falta de hombre, una, acaba dándole al tigreton y eso al final….  ya se sabe.

Es de fuertes piernas , pero no llegan a ser de esas de ,” Hala , valla piernas” , en realidad Caty se queda en todo raspada con un CASI , porque , su cara muestra rasgos agradables, Casi  guapa, pero su nariz es demasiado grande, si no tuviese esa curvatura, sería casi bonita, además el pelo es casi moderno, pero de cuando los ochenta correteaban con vigor, han pasado 20 años, y la altura, casi alta, pero no llega, se queda en chaparreta,  y luego está la verruga, no es el lunar de Marilin, es la verruga de Caty , casi.

Se sientan las tres, pero Paca como si se hubiese activado otra vez el resorte,” Doing “ , se pone en pie  , se estira la falda y  se dispone a acercar bandejitas , Gloria se vuelve a asustar , se pregunta si han llamado a la puerta.

Las tres degustan croquetas grumosas, no de jamón, de paletilla algo rancia, pero alaban con gestos teatrales los aperitivos , Paca sirve copitas de vino blanco, sin preguntar, es lo que hay.

Las tres hablan a la vez, cortándose unas a otras y de vez en cuando ríen escandalosas, a veces solo por tonterías, llaman al timbre, Paca activa su resorte mecánico y Gloria se asusta , dice “ Huy” , a Paca tanto Huy le empieza a cargar , se alisa la falda y corretea a la entrada .

Paca Anuncia la entrada magistral de María Antonia , pero da igual es tan escandalosa que su esplendor fonético se puede advertir desde el portal  , Caty y Gloria se miran , ya saben que es ella , entra en el salón como un miura , pero no cornea , de momento , voluminosa, alta, quizá quitando a la astilla de Paca, la más alta, con uno de esos vestidos tipo Demis Roussos, es decir un tonel vaporoso, y con su ímpetu sureño se menea alegre y resoluta, sus pechos son tan grandes que la mantienen mucho más lejos de cinco centímetros en el extraño ritual del beso distante, María Antonia suda , siempre suda y entre los cantaros lleva un pañuelo absorbente , de vez en cuando lo saca , con la habilidad de alguien que ha hecho muchas veces algo, como los farmacéuticos cortando el cartoncito punteado de los medicamentos , clavan aquí , clavan allí , doblan por aquí , lo pegan en el celo y después en la receta , inténtalo tú, y a la velocidad que lo hacen ellos , y el pollero , haciendo filetes de un contra muslo de pollo , dos certeros cortes , después meten el cuchillo , sacan el hueso y plis plas el rollizo montoncito de carne de pollo se convierte en dos filetitos, anónimos virtuosos, como María Antonia con sus pechos, inténtalo tu, bueno mejor no, ella los manipula, aparta, seca y recoloca mientras te cuenta algo ensortijado de risotadas y gestualmente enrevesado , no te has dado cuenta, pero lo ha hecho otra vez.

María Antonia ataca las viandas, mientras cuenta sus cosas , tiene  también  la habilidad de hacerse con los mejores bocados, esa anatomía no se la han regalado, las otras asienten, Gloria, también gordita, pero sin terminar la carrera de gorda oficial, y por supuesto sin tesis doctoral se ha quedado en polluelo, amedrentada la mira y se pasa una uña discretamente por el labio inferior, primorosamente pintado, quiere quitarse un burruñito de atún, pero en realidad es María Antonia quien lo tiene, una empanadilla a explotado en su boca, Gloria sufre en ese momento una situación psicológicamente curiosa a nivel gestual, es como cuando vas en el asiento del copiloto y el conductor va demasiado rápido y tú en una curva frenas un freno imaginario, a Gloria le angustia el burruñito de atún y inconscientemente intenta quitárselo de su labio.

Llaman a la puerta, esta vez Paca no se levanta, no asusta a Gloria, que ya tiene bastante, porque están todas de pie. En la puerta se escuchan saludos, entra Paca con la nueva, la que faltaba, Sole.

Todas la rodean como una manada de lobas a un corderillo asustado. Hablan a la vez y ella atiende a una y a otra , se besa a distancia con una mientras le coge el brazo a otra , quizá algo fuerte , no tiene manos , en su lugar unos garfios metálicos sobresalen de las mangas de la chaqueta de su traje pantalón , y no controla bien su fuerza. Es la más elegante , la que menos se pinta , la que menos laca usa ,  la colonia justa , más bien perfume , es la única que ha catado varón , por decirlo así , la única pletórica .

Sole estuvo casada, o arrejuntada, era maestra, pero tuvo un accidente de moto con su chico, un señor calvito pero bien cuidado y atlético, el murió, y a ella se le murió el amor y las manos.

Tiene pensión de invalidez y algunas acciones de telefónica, vive modestamente pero no se priva de nada.

Las cinco se sientan en la mesa redonda del salón , la que está entre los dos balcones , excepto Paca , que es un culo inquieto y ha ido a la cocina para reponer viandas , desde la llegada de María Antonia las reservas se han mermado bastante , trae tortilla de patatas cortada en taquitos ,con un palillito clavados en cada trozo , parece una manada de toros bravos que ya vienen de serie banderilleados , un bol de patatas fritas , cortezas de cerdo, pulpo a la gallega y migas, algunas se ven obligadas a levantarse a ayudar, María Antonia no, tiene acorralada a Gloria, por fin se sientan otra vez .

Comen, cotillean, ríen, cotillean mas y comen otra vez, Caty abre una botella de ribeiro fresquita, la tercera y ayuda a Paca a servir, Sole sujeta un vaso de dúrales entre sus tenazas mecánicas , y todas la miran de reojo, con miedo, o quizá con la esperanza de que el vaso explote por la excesiva presión de su mano metálica.

Apuran el ribeiro y Paca empieza a servir licores, un Cointreau con mucho hielo para Caty, Gloria se decanta por un anís del mono, Paca se pone un generoso chorro de pacharán, Sole sigue con el vino y María Antonia se toma el primero de muchos chupitos de licor, el  de las monjitas angustias de Calatrava, son lo que se llama chicas de chispa rápida y entre los vinos y los licores empieza a llegar la hora de los chistes y comentarios picantones, de pronto se activa el resorte de Paca y Gloria se sofoca, otra vez asustada, Paca golpea ridículamente su copa de pacharán con uno de los tenedores del pulpo feira, finalmente todas callan, excepto alguna ventosidad superior producida por María Antonia, que se pone una mano en el pecho, como el caballero, y dice perdón.

   -Queridas amigas, hoy es el día, ya sabéis cual es el motivo de nuestra reunión, ni más ni menos que llevar a cavo nuestro plan.

Las cinco mujeres aplauden una vez que Paca termina su estudiada locución y se sienta , está un poco pedo y tiene los ojos un poco vidriosos, se sienta tan al borde de la silla que casi se cae, María Antonia se levanta, la mesa bajo su inmensidad parece un comedero de pienso rodeado de gallinas .

   -A si es, chicas, lo hemos estudiado mucho, juntas y cada una por separado, y ha llegado el momento, hoy, ¡vamos a comprar un señor!

Todas asienten, aplauden y se sirven más licores.

María Antonia apura el licor de las monjas, Gloria le sirve otro, la oronda mujer continua.

   -Caty ha puesto un anuncio en el escaparate de su peluquería, Gloria lo ha hecho en su tienda de telas, yo le he pedido a mi cuñado que es sastre que ponga el anuncio en su máquina registradora, tiene una sastrería muy elegante –Asegura -, Paca a pedido a su primo que haga lo mismo en el supermercado y Sole se ha ocupado del anuncio del periódico, lo más importante.

Todas aplauden y cuando lo hace Sole se produce un extraño clamor metálico de metal contra metal.

Sole se levanta, ahora aplauden las demás y el sonido se hace mas cárnico. Lee el diario abierto por la página de contactos,  que sujeta entre sus dedos metálicos, uno de ellos se mueve como si tocase el piano, ella comenta que se lo tienen que regular, todas asienten como si fuese de lo más normal.

Queridas amigas, espero que os guste, dice así.

 Se compra señor  de buena familia, correcto y limpio, culta conversación, galante, y de atlética constitución….- Sole hace un alto y explica.

   -He puesto atlético, hay que tener en cuenta que somos cinco, un esmirriado no va a poder con todas.

   -Ya puede ser atlético, tendremos que turnarnos, un día cada una, y que el pobre descanse los fines de semana, además para salir por ahí, es mejor entre semana.-Dice Caty.

Todas asienten, las parece del todo razonable, Sole continúa.

……y resistencia física, dispuesto a arrumacos y ñoñerías, caricias y dilatados preámbulos amatorios, - importante- , apostilla Sole, también esta vez asienten todas.

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Aplausos, Sole, inclina la cabeza como si se tratase de un director de orquesta.

   -¿Y bien? –Dice María Antonia.

   -Bueno , solo ha contestado uno , es de Mota del marqués , tiene 58 años , viudo , farmacéutico y campeón nacional de tiro con arco , se llama Cartavio , mide un metro sesenta y cinco y pesa 71 kilos , ha sí , habla francés fluido y es experto en bailes de salón.

Algarabía, aplausos y vítores para Sole, se diría que ha cortado las dos orejas y el rabo, aunque este último solo en sentido figurado.

Paca se levanta con su acostumbrada rapidez , se alisa la falda de la que caen algunas miguillas y se hace paso entre las señoras , en las puertas bajas del aparador guarda el bingo , lo saca con caja y todo y lo lleva a la mesa , se produce un gran silencio , no se oyen ni las tripas de María Antonia , la caja del bingo es depositada en la mesa como si fuese la reliquia incorrupta de un santo venerado , todas miran y Paca abre la caja y saca el artefacto giratorio con las bolitas dentro , retira la caja y sienta,

   -Bien amigas , ahora sacaremos cinco bolas , las iré entregando a cada una empezando por ti Caty , después Gloria , María Antonia , Sole y después yo, la que saque la bola con un numero más pequeño será la primera en salir con el señor , y así hasta la última que tenga el más alto.

Todas estuvieron de acuerdo, Paca como anfitriona y propietaria del bingo saco una bola después de accionar la manivela.

Se la entrego a Caty , era el 43 , después saco otra y se la entrego a Gloria , era el 21 , luego le toco a María Antonia y a esta le toco el 31 , parecía que ya se iba viendo , Gloria temblaba , la siguiente bola fue para Solé fue el nº 79 , se alejaba de la primera posición , la última bola la saco Paca y se la quedo , tenía el nº 36 .

El ranquin quedaba así , la primera en catar al de Mota del Marqués seria Gloria , que no estaba muy segura de estar a la altura, estaba pálida y abrumada por la responsabilidad que le había caído encima, pero que por nada del mundo desaprovecharía, después la cita se produciría con María Antonia, las demás mujeres no tenían muy claro si el hombre sobreviviría, pero en el caso afirmativo pasaría el relevo a Paca, la anfitriona, no estaba mal, porque después de María Antonia, Paca seria como un postre, y al señor supuestamente le llegaría el brío para culminar, luego venían el sábado y el domingo, se recuperaría, porque la siguiente era Caty, la más joven briosa y peleona, estaba muy bien que se recuperase un poco, ella pensaba dar guerra y en su imaginación ya veía algunas escenas que no estaba dispuesta a compartir con sus amigas, la ultima seria Sole, quizá el, llegase maltrecho a la cita, pero ella también lo estaba y además era la menos necesitada y la mas experimentada, quizá en las primeras citas se conformase con una buena cena aliñada con buena conversación.

La tarde se hacía noche, el juego se había terminado, ellas eran aves tempraneras y cada una tenía un nido solitario al que volver, no había señor de Mota del Marqués, nadie había contestado a ningún mensaje, no existía ningún anuncio en el diario, y desde luego no se había puesto ningún cartel, ni en la sastrería, ni en la peluquería, ni en el supermercado y tampoco en la tienda de telas de Gloria, pero eso no significaba que algún día no lo hicieran.


 Cuento
Ignacio Junquera
9 septiembre de 2009

Fin

domingo, 17 de junio de 2012


Millonario en caca



Una oruga camina virtuosamente por el borde de una hoja baja de acebo. Esa planta que la naturaleza ha dotado de la carnosidad no vegetal y el color y brillo del plástico nuevo de un juguete.

Es una oruga de esas urticantes, de rayas negras con fondo blanco y pintitas naranja; ellas van avisando con su código de color: “¡Cuidado no me comas que soy venenosa!” pero en su caso es mentira. Sólo es un truco. Algunos tordos listos lo saben y se las comen igual.

Oruga llega al final de su camino. No ha sido muy largo. Es una hoja quizá el doble de larga que ella. Allí se encuentra con un escarabajo pelotero que la mira fijamente como si esperase que ella se asustase de su terrorífico aspecto de escarabajo que modela bolas de caca, pero no se asusta y esto decepciona un poco al escarabajo y se infla como si contuviese aire para parecer más importante.

   -¿Qué quieres Pelotero? -dice Oruga, molesta por encontrar un obstáculo en su camino.

   -Bueno, nada especial, charla quizá- dice Pelotero, pensativo.

   -¡Ah, bueno! Si es así…  de eso tengo un montón.

   -¿A dónde vas?

   -Posiblemente baje de esta hoja y después me la coma ¿Y tú?

   -¡Bah! Estoy aburrido. Para encontrar una caca buena por aquí…

   -¿Has hecho muchas pelotas de caca hoy?

   -¡Que va! Ni una.

   -Pues vaya.

   -Eso me pasa por ser un insignificante ser, genéticamente simple.

   -¡Pues anda que yo! Sólo soy un tubo de colores con patas, cabeza y culo pero relleno de líquidos… Yo sí que lo llevo mal en cuanto a simplicidad morfológica ¿Verdad?

   -Bueno chica, cada uno es lo que es. Tú mira por ejemplo el topo, la de problemas que tiene. Para empezar es un mamífero y por tanto seguro que es un depresivo porque todos lo son. Los topos no ven casi nada, pues imagina uno que ve menos que los otros  y si su pelo es feo o si se le cae o quizá huele a mofeta y las topas no le quieren. No sé. Cuanto más complicado eres más problemas tienes. Mira: tú, con tus líquidos interiores y tus colorines, comes y cagas. Luego llega un orugo, hurga por ahí en tu retaguardia y tú pones un montón de huevos y salen más orugas y orugos que hacen lo mismo que tú, tendrán los mismos dibujos que tú y comerán las mismas hojas que tú.

Y yo lo mismo: haré bolas de caca y me las comeré hasta que me muera y luego mis hijos harán lo mismo y ¿sabes qué?

   -¿Qué? – dice oruga.

   -Pues que me encanta comer mis bolas de caca.

   -Pues di que sí, hombre.

En medio de esta animada conversación algo ocurre y capta la atención de los dos insectos que miran al cielo temiendo por su vida. El sol desaparece y lo que era una agradable tarde en el “Mundo de a Ras de Suelo” se convierte en un ocaso oscuro y mortecino.

Como una montaña sobre otra y sobre otra se alza un hombre, que -desde la posición y escala de los insectos- es lo más grande que puede haber. Exceptuando la vaca, claro. El hombre levanta uno de esos gigantescos pies -tan grandes para Oruga y Pelotero como una provincia- y cuando lo planta en la tierra, ignorando el “Mundo de a Ras de Suelo”, las hierbas que se alzan orgullosas como arbolitos en miniatura; la araña que un poco más allá ha construido un complejo urbanístico de filamentos brillantes y telas perfectamente tejidas contenedoras de restos de insectos y de gotas de rocío; la senda, que de tanto pasar, han marcado sobre el suelo las hormigas del quinto regimiento regular; las piedras dispuestas porque sí y los huevos de un ciempiés que esperan eclosionar en las primeras tardes calurosas primaverales; todo eso cabe bajo la bota del hombre y cuando la levanta sólo deja desolación y entonces la baja otra vez un poco más allá y repite su monstruoso avance destructivo machacando otra porción de vida del “Mundo de a Ras de Suelo”. Pero ahora se ha parado. Su perro olfatea por allí. Sabe que están escondidos Pelotero, Oruga, Araña Peluda y un montón de gente más que no se mete con nadie; están tranquilamente royendo hojas, haciendo bolas de caca o comiéndose una mosca distraída. Pero toda esta gente para el perro no es nada, sólo, si acaso, un divertimento, un juguete.

Oruga y Pelotero miran para arriba. Justo encima de ellos el hombre mueve una de sus manos y la lleva justo entre sus piernas. Después, con sus grandes dedos, coge algo y tira de ello hacia abajo. Es la cremallera de sus pantalones. Para los dos pequeños que miran desde abajo, aquello parece una inclusa por donde va a salir en cualquier momento una escuadrilla de naves espaciales. Pero no: el hombre mete allí la mano y lo siguiente que ven es llover. Gotas amarillas del tamaño de una grosella caen desde muy alto, rebotando como bolas de cañón vertidas desde el cielo, doblando hojas y flores y en especial la tela de la araña que queda totalmente destruida. Parece que el hombre, con aquella arma secreta que ha sacado de allí, quisiera barrer a todas las personas del  Mundo de a Ras de Suelo” con ese líquido amarillo y maldito. El hombre termina pero aún quedan algunas gotas que caen con más fuerza aún, cuando sacude su arma antes de guardarla en el lugar de donde debían de haber salido las naves espaciales.

El perro lleva un rato dando vueltas, nervioso. Sus pezuñas no hacen tanto daño como los zapatones del hombre pero aún así Oruga -que tiene una enorme gota amarilla por sombrero- y Pelotero no se quedarán tranquilos hasta que no se marchen los dos.

Perro arquea su cuerpo y, a escasos centímetros de donde se encuentran Oruga y Pelotero, suelta un hermoso choricito, caliente y jugoso, Pelotero no se lo puede creer. Hace escasos segundos pensaba que moriría y ahora se morirá de gusto. Es millonario en caca.

Oruga continúa su camino. Tiene que terminar de cruzar la hoja y dar la vuelta. Ha decidido comérsela. Mejor ahora que luego. Nunca se sabe.



El hombre se llama Juan. Ha salido con Cartavio -que es como se llama el perro- a pasear. No se retrasarán. Marta tiene la cena casi lista. Allí cerca está el río y los prados de su suegro. Cartavio necesita correr y a Juan le apetece echar un pito pero no lo va a hacer. Se lo ha prometido a Marta. Caminan por una senda hasta uno de los prados. Su suegro ha dejado lo de las vacas. Ya no dan dinero, sólo trabajo y los prados están desatendidos. Juan mira a su alrededor. Tiene el monte justo encima. Mientras lo admira decide orinar. Cartavio también aprovecha y deja un regalito para quien lo quiera,  piensa Juan y sonríe. Después mira las montañas y se siente pequeño, infinitamente pequeño.


Fin

Ignacio Junquera
Del libro " Chorreando sueños "
De venta en :
Jueves, 09 de septiembre de 2010

sábado, 16 de junio de 2012


Chorreando sueños

 





Las sabanas, en la oscuridad de su habitación libraban una batalla interna, solo sus ojos guardados en sus parpados cerrados mostraban sus movimientos erráticos, como lo hacía su cuerpo bajo las sabanas. Cuando despertó no recordaba nada, como es habitual, los sueños tienden a esconderse de la vigilia,  como si no pásese nada, incluso siendo la persona más sosa del mundo, salía a la calle y hacia una vida corriente, sin recordar su realidad inconsciente, vivida en el territorio insondable de los sueños, que al fin y al cabo no son más que las fabulosas aventuras que los hombres corrientes viven sin saber que las viven, eso era Alberto, corriente, pero lo que acababa de vivir, pues no se puede definir de otra manera, porque allí estaba, fue una aventura épica, digna de grandes conquistadores, aventureros, capitanes de destacamentos valerosos o héroes sin nombre, pero de una intensidad tal que si en vez de un sueño hubiese sido una vivencia real no habría tenido tanta nitidez, los sabores amargos, estridentes y metálicos del miedo y la adrenalina no habrían atormentado sus papilas gustativas de la misma forma.
Alberto se despertó con la boca pastosa y no savia que había luchado con una tormenta de arena dentro de un reloj, que un niño budista dio la vuelta para dejar escapar el tiempo, mientras cronometraba el aleteo de una mosca, no savia nada de todo esto, solo se levanto como cualquier día, se ducho, vistió, desayuno un café y tres galletas María, y se fue a trabajar en aquella triste y aburrida oficina del registro de la propiedad.
Su día miserable, clon de otros días miserables, paso, y la noche vívida de locuras interesantes y maravillosas, dignas de llenar las páginas de un escritor de novelas juveniles, también paso, Caballos sudorosos cruzando estepas, un jefe inmenso con siete cabezas cual “Hidra de Lerna” y él, como un Hércules reencarnado, cortando en lucha singular sus cabezas, mientras se reponían automáticamente igual que el monstruo de cabeza renaciente de “Men in Black”, luchando por defender un triste escritorio, territorio liberado y fértil donde damas rubias, valquirias asustadas se protegen de el monstruo feroz, tras él.
El amanecer de Alberto, como cualquier amanecer de cualquiera de nosotros, de pronto a pasado el filtro del olvido, pacto sellado entre el territorio de los sueños y la vigilia para mantenernos a todos en la inopia, para que nunca sepamos que los héroes lo son, solo, porque alguien filtro información del mundo de los sueños, para inspirar a los autores de las novelas donde aparecen, donde finalmente viven, para que no sepamos que a veces ese infranqueable muro que nos separa del territorio de “Si es posible”, a veces se resquebraja y muestra todo su brillo y esplendor, pero solo a veces, esas que cuando te despiertas recuerdas lo soñado y te preguntas, -¿Por dónde se va a este lugar, porque me quiero quedar?, pero no puedes porque es un lugar donde solo se va, y se viene.
Esa mañana Alberto se miro los parpados caídos en el baño, las ojeras que se había visto el día anterior siendo las mismas, o peor, no siéndolo, pero pareciéndose tanto, que no le permiten darse cuenta de lo rápido que envejece.
En el baño se cepilla los dientes y de pronto se fija que de su oído sale una especie de pasta azul, como la de dientes, un azul eléctrico surcado de una rayita blanca. Durante un rato se queda mirándose en el espejo, como un imbécil que supone que su oído se ha convertido en un dosificador de dentífrico, y no se le ocurre otra cosa que asustar a la imagen del espejo que tan tonta como él, le imita, y después como segunda prueba de dudosa categoría científica, menea la cara, de derecha a izquierda y viceversa, si, es estúpida pero se da cuenta de que no se le ha ocurrido otra mejor, el chorrito de liquido pastoso con rallas blancas se balancea como un pendiente tribal, o como un gusano gordo pendiendo de una hoja de morera mordisqueada, de aquí para allá, la prueba no ha servido de mucho, entonces Alberto se abofetea la mejilla opuesta haciendo que el churrito se desprenda y caiga sobre el lavabo, desde luego no entiende nada, ni ganas, es oficial de la oficina de registro de la propiedad, no un primo desconocido de “Albert Einstein” y desde luego no tiene dotes para la ciencia, se lava a conciencia, sobre todo el oído supurante, luego continua con el proceso habitual de la cotidianeidad de su aburrida existencia, es decir, sigue viviendo, apartando del camino un obstáculo que si quisiese explicar, seria insalvable.
Por la noche cuando llega a casa ya no recuerda el churrito y como es un poco cochino, cuando lo ve otra vez, planta un dedo, y comprueba que la superficie del churrito se a resecado un poco, lo pellizca, el interior jugoso le pringa e dedo, lo huele y lo prueba, esta dulce, es lo único que puede recordar, porque de pronto se ve luchando con el monstruo de don Cartavio de siete cabezas, defendiendo a las dos becarias tías buenas con una regla y un cartabón, que curiosamente han adquirido propiedades bélicas y defensivas impropias en esos instrumentos de escritorio. Su vivencia extra real dura unos segundos, como un chispazo, un tráiler del sueño de la noche anterior que con el recordatorio puede revivir de nuevo, como si aquella pasta azul eléctrico con rayitas salida de su oído fuese un concentrado especia, “Bobril” o un “Avecrem” de los sueños, una llave multi cerradura para liberar historias increíbles y fantásticas. Esta idea genial, maravillosa, cruza por su mente y piensa que sería estupendo, la mejor de las loterías, y para cerciorarse de que no solo es una ilusión, una fantasía graciosa que se le ha ocurrido, vuelve a mojar el dedo índice en el churrito ya aplastado, y después lo rechupetea. El flasazo se repite, en esta ocasión una regla de escritorio convertida en la espada de “Conan” milimetrada de la marca “Centauro” le corta las siete cabezas al monstruo “Don Cartavio” y como en los sueños todo es posible, las rubias becarias corren a sus brazos, que en el sueño se han convertido en una poderosa musculatura y el victorioso, pone su pie enfundado en unas botas de héroe derivadas de sus habituales “John Smith” blancas, sobre los restos sangrantes y siete veces decapitados de, Don Cartavio.
De pronto la realidad aparta a codazos a la ficción, o lo que es lo mismo se acaba la dosis de sueño embotellado, Alberto mira el churrito y se da cuenta de que es poseedor del mayor tesoro de la humanidad, el mismísimo zumo de los sueños. Corre a la cocina y coge un “Tupperware” y con la punta de un cuchillo de mantequilla arrebaña el churrito del lavabo y después lo mete en la nevera, no se vaya a estropear.
Aquella noche fue retorcida y temerosa, soñó, más bien sufrió, los rigores del terror en vena, sin cortapisas y vivió una pesadilla terrorífica, donde se veía morir, no en sentido figurado, si no real porque de manera extra corpórea dentro de su sueño veía, y sentía, como perdía el fuelle de sus pulmones y los minutos que hubiese tardado en morir asfixiado si hubiese sido una situación real, no soñada, se extendieron a lo largo de dos horas, donde ahogándose, negocio con la parca, que le hacía preguntas de concurso de la tele que, si no savia, le llevarían a la oscuridad total, sin embargo como pasa siempre en una pesadilla donde se ha llegado a un esquinazo sin salida, a un camino sin retorno, al final de una larga caída antes de estrellarse sobre un mar de riscos puntiagudos, se despertó, sudoroso, palpitante, asustado, y con un churrito de pasta negra como la pez surcada de mil rallas paralelas y rojas como hilos de sangre saliendo por un agujero de su nariz.
Asustado corrió al baño y se quito aquel engrudo terrible de su nariz, se lavo con ansia esperando alejar los últimos vahos, y  vapores fugaces de la pesadilla aún fresca, instalada a perpetuidad en sus recuerdos.
Más calmado se volvió a dormir, no faltaban más de tres horas para que el despertador, como el gong, de un cuadrilátero, sonase para devolverle a su aburrida verdad.
Cuando, legañoso se miro en el espejo del baño, se encontró que salía del otro oído un churrito rosa, con hilitos verde hierva, los cogió con mimo, como si tomase con su dedo la fragilidad y filigrana vital de una oruga, pero una muy especial, entonces vio la porquería negra con filamentos rojos que estaba tirada en su lavabo, y estuvo tentado de abrir el grifo y terminar con todo aquello, pero no lo hizo, recogió la materia negra de las pesadillas y la guardo en otro “Tupperware”, como la sustancia valiosísima que realmente era, después hizo lo mismo con la pasta rosa rallada de verde, y también la guardo, pero antes cogió con la punta del cuchillo una pizca y la probó.
Se vio corriendo desnudo por un prado, que lejos de ser áspero como lo sería uno de verdad, repleto de palitos, piedrecitas puntiagudas, hiervas secas y pinchantes, tan blando y suave como si se tratase de un prado de filamentos espumosos de suave seda, y sin calor ni frio, saltaba, como en una cama elástica, con las  caricias reincidentes de la espuma de mar.
Al regreso a la realidad de la frialdad de los baldosines que sus pies desnudos en su cuarto de baño, se dio cuenta del potencial de su descubrimiento, corrió a la cocina y con el mismo cuchillo pellizco un poquito de la pasta azul del primer día, guardada en la nevera, un poco de la rosa y un fracción microscópica de la negra.
Se vio de pronto asfixiado por una hidra revitalizada con siete cabezas, de un jefe voraz mientras él, contestaba en un susurro ahogado, ya sin aire, las preguntas que la Hidra le hacía, lo hizo entre toses y agonía, ya no tenía espadas ni cartabones, solo la palabra, pero está, tampoco acudía en su ayuda, porque la hidra le asfixiaba con una de sus manos, sin embargo la pócima rosa hizo también su efecto y sus fuerzas renovadas vencieron a sus terrores y por fin pudo descansar junto a las becarias valquiria en los prados verdes y mollujosos de su felicidad.
Era verdad, lo había conseguido, era capaz de algo que nadie más en la faz de la tierra podía conseguir, o al menos el común de los mortales, porque como había visto en películas, existían laboratorios secretos por ahí,  a los que se  les atribuía eso y mucho mas, pero no a los oficiales de oficina del registro de la propiedad del mundo, esos, seguro que no.
Los días siguieron siendo aburridos, suaves, idénticos, a otros tediosos y reincidentes aburridos días, pero las mañanas cambiaron, porque cada una de ellas, cuando Alberto se despertaba, le traían el maravilloso regalo de una noche de apasionadas aventuras de amor, de batallas y situaciones increíbles, absolutamente ininimaginables, pues no estaban delimitadas por las murallas de la razón, la ley de Newton o la realidad. Algunas noches, quizá, producto de la gula de una cena excesiva, pesadillas tan terribles, que como una sustancia abrasiva, picante, toxica, había que utilizar con la moderación de los venenos y las drogas peligrosas pero que en dosis correctas podían aderezar, poner chispa a un coctel de sueños, cocinados por el alquimista de lo irreal, de lo soñado, en el que Alberto se había convertido.
Durante meses, años, experimento, probo, y estudio los sueños, calentura de su imaginación enlatadas, y reproducidas, también aprendió a germinarlos, mezclándolos entre si, a reproducirlos, cultivarlos.
Aprendió que la materia de los sueños era tan nutritiva que no necesitaba alimentarse de nada más. Que lo que el mismo producía, le bastaba, siendo así autosuficiente hasta el extremo de solo necesitarse a sí mismo para vivir.
Con el tiempo, la experiencia y su habilidad se fue aislando, no dejo de trabajar, necesitaba pagar las facturas, no era un científico que vivía en un maravilloso castillo inglés, no, solo era un modesto empleado de Cuenca en un piso interior, pero ¿Qué mejor?, porque su vida poco a poco se dio la vuelta, como un disco de vinilo para escuchar la segunda parte, o una tortilla de patatas para terminar de cocinarse, y su realidad tediosa, repetitiva y aburrida se convirtió en un “Estar” necesario para la vida, donde hacia todo aquello que se hace para vivir, sin ningún interés, comer, trabajar, pagar impuestos, ver la tele, y morir, y mientras hacía todo aquello empezó a vivir la vida del otro lado del espejo, la que nadie tiene derecho a vivir traspasadas las puertas de la vigilia, así Alberto se convirtió en todo aquello que quiso, en lo que las combinaciones infinitas de sus sueños le permitieron, llegando a ser el único ser vivo plenamente, absolutamente, sin cortapisas ni condiciones, inmensamente, drásticamente, indiscutiblemente, feliz.

Ignacio Junquera
Cuento del libro Chorreando Sueños , de venta en :
Fin
Viernes, 08 de octubre de 2010