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miércoles, 13 de junio de 2012


Reflexiones sedientas



Hace calor, tanto, que el calor normal, el que debería de hacer, se ha ido de vacaciones a un sitio más fresquito, dejando sitio a su primo, “El Calor Excesivo”.
Las calles humean y al pisar los adoquines sientes que tus pies se asan, queman, se cocinan al punto, ni muy crudos ni pasados. Las papeleras chorrean churretones de plástico derretido, no se sabe si por vandalismo nocturno o ¡qué miedo, por el calor!
En la tele dicen que los viejos y los niños deben tener cuidado, no exponerse al sol de las horas más crudas del mediodía, pero no alertan a los pájaros que se fríen sin que ningún cocinero se moleste en desplumarlos, ni los perros que llevan la lengua colgando de otra lengua y los más peludos hasta les cuelga de otra, tanto que la arrastran por el suelo y aunque esté reseca se adhieren palitos, un pequeño papel y arena.
Los taxis queman, aunque lleven aire acondicionado, es mentira, yo veo pasar uno con una señora, seguro que va de visita. Prefiere viajar sobre una nalga para luego alternar con la otra para no calcinarse el culo con el eskay del taxi, tapicerías pensadas para exterminar ácaros, son como los hornos que tienen función “Auto Pyro”,se limpian solos, pero en modo incineración, hay que tener en cuenta, que en los taxis se sube de todo.
También pasa un viejo, lleva el periódico cogido como un pai pai, no es muy efectivo, a veces se abanica, otras se lo pone de sombrero, yo imagino que las primeras hojas empezarán a arder pronto, pero da igual, verdugones y pústulas propias de los quemados ya aparecen en la calva del hombrecillo, pronto morirá por ignición espontánea.
Las calles a la hora de la siesta se mueren de soledad y de calor, los escaparates reflejan rayos solares capaces de asar un guardia en pocos segundos, con gorra y todo, los niños no gritan, los arboles ni se atreven a luchar con el sol, sus hojas arrugadas están tímidas, su trabajo es dar sombra pero no están dispuestas a freírse, discuten entre ellas y finalmente deprimidas aceptan su final, gana el sol.
Yo salgo del taxi y llevo la camiseta tan mojada por la espalda que me recuerda cuando cinco o seis vidas atrás llevaba sacos de algodón por las orillas del Mississippi, ¿o no era yo? bueno, no sé que me recuerda.
El sol golpea mi nuca cuando me giro para cerrar la puerta del taxi, termino la operación de un rodillazo que me hace parecer un bailarín demencial y además el coche se queda sin cerrar, pero me da igual, el taxista se abalanza sobre el asiento trasero y cierra de un golpe, me quedo solo en la acera con un mustio papel en la mano, no encuentro la dirección, me la han dado mal, el taxi me ha dejado al menos 30 o 40 números más arriba, moriré.
Al final de la calle hay un puesto de “Camy”,el tipo se protege del sol con una sombrilla de playa, es la hora mala y sabe que tendrá poca clientela. Las maquinas de café granizado y limones dan vueltas y pese al calor excesivo conservan el frío. Mi intención es conseguir llegar al quiosco, tiene una de las tapas levantadas, como un ala de un gordo animal plástico, me acogerá debajo y me protegerá, se que lo hará, porque tengo euros que es lo que come y se los iré dando a cambio de frescor.
No sé si lo conseguiré, goterones de sudor cruzan mi cara, me siento como si me hubiese alcanzado un proyectil en alguna guerra, ni siquiera el sudor es fresquito, ¡coño para eso es el sudor!, pero no este, quema, como la sangre derramada, los ojos me escuecen.
Allí hay un portal, pero tiene muy poco fondo y le da el sol, aunque al menos la cabeza me la protegeré un rato, corro, como por ascuas, saltando ridículamente, imagino a una lagartija corriendo por la plancha de un bar, llego al portal pero al pasar por una papelera tengo una idea, hay un periódico de esos gratuitos enrollado metido dentro, en realidad parece que la papelera se esté fumando un gran puro de colores, lo cojo al pasar corriendo, me escondo la cabeza en la limitadísima sombra del portal, mi siguiente objetivo será la acera de enfrente, la fresquita, allí hay sombra.
En la relativa protección del portal dejo mi maletín en una jardinera, a las plantas les da igual, son de plástico y encima para mayor escarnio de las pobres, no les han quitado el precio, entiendo cómo se sienten. Desdoblo el periódico y reservo una hoja, son de gran tamaño, desecho el resto, con la hoja, en un alarde de virtuosismo papiroflexico rescatado de mi juventud, me fabrico un gran barco de papel, de esos que tienen una vela en forma de punta de espada de niño, me lo pongo en la cabeza, no es mucho y además me queda pequeño, pero como soy de los que pronto será calvo, llevo el pelo al uno y el gorrito tapa bastante, hay que sobrevivir, otros comen gusanos en la selva.
Cruzo la calle, me paro porque un puñetero autobús se ha detenido en medio, al lado de una parada, ese es mi próximo objetivo. Cuando el autobús arranca, noto muy caliente mi barquito, unos minutos más de exposición solar y saldría ardiendo, empezando por la vela mayor.
En la parada del autobús se ha bajado una señora, las señoras siempre van provistas de equipamiento de serie muy interesante, por ejemplo, llevan una botellita de agua de las pequeñas, de las que han sido diseñadas para caber en el bolso de las señoras, hasta en los planitos de charol, las rellenan en casa antes de salir, para no gastar, evitando así la deshidratación. Además llevan un equipo permanente de emergencia, una bolsa del “Carrefour”doblada que parece un sándwich de triangulo o una de esas banderas americanas plegadas en forma de empanadilla, cuando necesitan una bolsa de plástico siempre tienen una de estas, también llevan clínex, paracetamol y además tiritas, son geniales, me encantan las señoras de combate. La que tengo delante ni corta ni perezosa abre el bolso de charol y despliega de un manotazo una de las bolsa empanadilla y se la coloca sobre la permanente, ahuecada para que corra el aire, después se mira en un escaparate cercano y recoloca la bolsa, es como un gorro de ducha pero con asas y gordo. Hace coincidir estas con las orejas, supongo que para oír mejor, después desenfunda sus gafas de sol,“especial mercadillo” o “regalo veraniego de revista femenina”, son enormes y aunque ella está encantada, le dan un aspecto que seguro que a una hija o nuera le haría saltar por los aires. Además lleva un abanico, un extra especialmente valorado dadas las circunstancias, con una vistosa ilustración de bailaoras flamencas, como de “Viva España”, después para fastidiarme saca su botella de agua, algunas hasta llevan “Acuarius”,esta no, es superviviente de grifo, echa un trago y me mira como si el agua calentorra y con sabor a plástico que se ha tomado fuese una “Coca-cola” fresquita o una copa de “Moët Chandon” en la terraza del Ritz y no en la puñetera y abrasadora calle, pero tiene razón, así me siento, desprovisto de todo equipo, como un iraquí frente a un pertrechado soldado usa.
Después saca el móvil y se conecta a otras compañeras diseminadas por la ciudad, pronto se reunirán y MERENDARAN, yo ni siquiera sé si llegare al puesto de “Camy”, mi objetivo es mucho más modesto y sin embargo ellas han sincronizado esos pequeños relojes que se les incrustan en las rollizas muñecas de madres y suegras. Pronto tomarán la cafetería del “Corte Inglés” con aire acondicionado, doblarán sus bolsas de plástico y las guardaran en el compartimento especial de su bolso y obtendrán más galones.
La señora parece escrutar la calle, me recuerda al oficial de balística de un carro de combate, entre el casco de bolsa, las gafas súper grandes, la botella de agua y el móvil, de pronto da un saltito valiente y se pone a caminar por la calle caliente, la admiro, la envidio.
Yo me concentro en mi situación, el gorrito se me desarma por el sudor y tengo la lengua tan seca como los felpudos de la república independiente de mi casa. Salgo al sol, estaré desprovisto de equipo pero soy un valiente, o un camicace, no sé.
A unos cuantos metros hay un portal, corro, rayos de sol capaces de cocer a una sartén me fulminan, pero sigo corriendo, paso al comando solitario de la madre-suegra de combate, me mira al pasar, entonces recupero algo de mi autoestima y puedo ver un destello de respeto en sus ojos, al fin y al cavo luchamos bajo el mismo fuego, fuego solar.
Yo llego al portal, es un espacio fresco, tiene una pequeña fuente y muchas plantas verdes que hasta son de verdad, me siento en un poyete y noto la mirada inquisitiva del portero clavada en mi espalda, es cuestión de segundos, quizá minutos hasta que cabreado abandone los frescores del mármol del portal para echarme, pero que me eche. Mientras miro el agua de la fuentecilla, está asquerosa, hay bichos muertos y un papel de frigo dedo flotando, también tres colillas y lo que podría ser un condón, lamento profundamente haberme refrescado allí, quizá el portero solo quería prevenirme, pero cuando abre la puerta de cristal me dice –Aquí no puede estar, si no es vecino-, Que estupidez -pienso- aquí van a estar los vecinos mirando como el condón hace regatas con el papel del frigo-dedo.
Continuo mi camino, ahora viene lo difícil, la señora ya casi lo ha conseguido, hay que pasar ese solar, no hay sombras, no hay árboles, no hay protección, solo una tela metálica, polvo y maquinaria haciendo ruido.
Tomo aire, y pienso en la máquina de granizados, puedo verla, sé que no es un espejismo, no es una vana ilusión, está allí, y el vendedor de Camy también, se que si llego, si no muero por el camino, podré tomar centenares de granizados, quizá hasta me quede a vivir con él, creo que cabremos los dos, hablaremos de frigo dedos, de cornetes, de mágnuns, de polos de limón y de fresa y sí, hablaremos de horchatas, comeremos pipas gordas de las peladas y sin pelar y quicos, me encantan los quicos y si me apuras haremos juntos la colección de cromos de “Codigo Lioko”, lo haremos y seremos muy felices, pero para eso tengo que llegar allí.

El solar parece no terminar nunca, la señora ya ha cruzado y se ha reunido con parte de su comando, se dirigen juntas al “Corte Inglés”. Camino y una ola de aire hirviente me golpea, restos de mi gorrito barco salen por los aires, un largo trozo continua pegado a mi frente, se que podré, me queda la mitad y para colmo un camión descarga arena, el polvo me cubre, noto la boca arenosa, pero casi llego, un tipo me muestra una señal de prohibido pasar, pretende que me pare allí bajo el sol, mientras un camión hormigonera maniobra, yo le miro y le pregunto.
-¿estas fumao o qué?

Me mira raro, con la señal en la mano, como si el fumao fuese yo, pero me da igual, el camión casi me pasa por encima, pero me sigue dando igual, no me faltan más de cien metros.
Cuando paso la obra sólo me queda cruzar la calle y dos portales más allá está el puesto de “Camy”, no me cuesta demasiado, además veo que el portal al que voy esta allí mismo, por fin llego al quiosco.

El quiosquero perezoso se levanta, se pregunta si merecerá la pena hacerlo por los céntimos que va a ganar, pero yo, despliego un billete de diez en el mostrador de plástico. Me siento como Clint Eastwood en un costroso bar de un pueblo desértico y polvoriento del oeste, pero no quiero whisky, sólo quiero horchata hasta reventar, el quiosquero decide que ha merecido la pena, bebo.

Al rato me he hidratado y refrescado, ahora tengo un nuevo problema, buscare un lugar fresco, me recompondré un poco y haré pis, maldito calor.


Ignacio Junquera
Fin
21/09/2010





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